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Siempre tengo salsa de tomate frito hecha por mí. Hago tres kilos y luego ya congelo en recipientes de 500 ml. Tarda un poco en hacerse pero mientras tanto hago otras cosas, porque tampoco hay que contemplarla, aunque sí no olvidarse de ella.

Pongo en la sartén grande de dos asas, que es uno de mis tesoros , cuatro cucharadas de aceite y dos cebollas grandes, como medio kilo, cortadas en rodajas normales y espolvoeo con un poco de sal. La pongo a fuego muy suave y tapo la sartén. Es fundamental taparla porque con el propio vapor la cebolla se pocha y no se quema. De vez en cuando le das la vuelta siempre con una espátula de madera.

Está en su punto cuando la cebolla “ha perdido el orgullo” y tiene un color marrón claro.

Vierto el contenido de tres latas de kilo de tomate triturado. Vuelvo a espolvorear con sal, tapo la sartén y aquí sí que ya tienes que contar cuarenta y cinco minutos. Como no se pega y tiene mucho líquido, casi te puedes olvidar de la salsa. En este tiempo le das una o dos vueltas y nada más. Yo me pongo mi avisador-reloj de cocina para que no haya desastre.

Ya suena el avisador y añado seis cucharadas rasas de azúcar. A mí me gusta semidulce, no puedo con las salsas de tomate aguadas ni ácidas. Pero bueno, puedes poner menos si te gusta más acido. Lo vuelves a dejar a fuego suave durante quince minutos y siempre con la sartén tapada.

Ya está hecha la salsa. La paso por el pasapurés y la dejo enfríar. Congelo en varios recipientes.  Cuando la descongeles, agrega una cucharada de aceite de oliva virgen extra nuevo por recipiente.  Es una salsa que tiene mucho alimento para mayores y pequeños.