Eusebio, el de Casablanca, membrillos y las cosas del cerdo
Voy invitada a Ciudad Rodrigo (Salamanca); una empresaria joven está al frente de una fábrica de jamones y embutidos. La invitación ha llegado de la mano de Hosanna Peña de Arrue. Comenzamos el viaje y el mal tiempo previsto se hace patente, incluida la nieve.
Llegamos a la fábrica de embutidos Casablanca. El nombre me encanta, es el de una de mis películas favoritas. Me gusta. Rocío Pascual nos recibe sonriente y con ganas de contarnos todo lo que ella sabe que es mucho. Estudió en Madrid pero está aquí. Todo se origina porque Eusebio Pascual, su padre, se ha dedicado toda la vida al campo y al cerdo. Su buque insignia es “Casablanca”, una dehesa de su propiedad y así se le conoce desde siempre en Ciudad Rodrigo, Eusebio el de Casablanca. No había mucha duda la hora de poner nombre a la fábrica.
Eusebio está retirado por motivos de salud, pero ha transmitido a Rocío la pasión por ofrecer calidad de los productos del cerdo; jamones, embutidos, piezas de carne de cerdo y la exclusiva presa transformada en un embutido exquisita.
Visitamos la fábrica vestidos para la ocasión (como para entrar a un quirófano) y nos explican todas y cada una de los diferentes espacios. Nos inciden en que es una empresa familiar donde todos arriman el hombro; empaquetan, preparan pedidos, atienden el teléfono y, eso sí, ofreciendo calidad y honestidad. No pertenecen a ninguna Denominación de Origen, cosa que tampoco me sorprende.
Casi al final, Ricardo el marido de Hosanna, hace una cata de dos paletillas con un punzón de madera de olivo. Así descubrimos los aromas a frutos secos (digo yo que provenientes de la bellota), frutos rojos y de repente me viene a la memoria el libro El perfume, de Patrick Suskind
Paisajes de jamones y paletillas colgadas esperando a que llegue el momento de sacarlos a la venta; años de espera. Lomos, salchichones, chorizos…cuelgan esperando a ser disfrutados en bocadillo, con picos o con trozos del irresistible pan salmantino. En ese momento, pienso que me comería un bocadillo de chorizo sin pensármelo dos veces. Mis deseos serán luego cumplidos; comí bocadillo de chorizo.
Desde la fábrica situada en Salamanca, nos fuimos a Ciudad Rodrigo camino de conocer una de las fincas y el autobús aparca delante de una preciosa casa; la de Mar Pascual Alfonso. Un mastín a la entrada me recuerda al nuestro, Pachón.
Nos subimos en otros coches y nos vamos de visita a la dehesa; y como si fuera un milagro deja de llover. La dehesa está preciosa; encinas centenarias conviven con olivos. Grupos de cerdos aparecen y desaparecen. Juan, encargado de la finca, nos cuenta como limpian las encinas de ramas secas; cómo influye la orientación de la encina para el tamaño de las bellotas; lo importante que es que haya una charca para que los cerdos beban agua; lo disciplinados que son con sus horarios y vemos como hacen el “careo”, que es ,como después de beber agua ,cada grupo de cerdos tiene su majada para dormir y van hacia ella en pandilla. Nos cuenta infinidad de cosas más referidas al campo que tardaría mucho tiempo en describir. Me quedé con ganas de que me contara la terminología que se emplea en el campo para describir comportamientos de los cerdos y labores del campo. Juan lo resume así: Si estuvierais en una reunión con los que trabajamos en el campo, no os enterarías de nada. En otra ocasión, me gustaría sentarme con ellos y escucharles y tomar nota de todo. Y eso que soy muy urbanita.
Se cuida mucho a los cerdos desde el primer momento; vigilando alimentación, peso y todo aquello que les pueda pasar. Una de sus constantes es la preocupación con que el tiempo sea favorable para la bellota y como consecuencia tener una buena montanera. Nosotros también hicimos montanera, pelamos y comimos bellotas.
Volvemos a la casa , pero antes Antonio Sevilla me regala un membrillo enorme con un olor maravilloso y consigo acercarme al mastín y, cómo todos, se pone en posición para que le acaricie. Me hace mucha ilusión.
Ya, por fin, voy hacia un pabellón anexo a la casa y Rocío, Mar y la madre de ambas, nos ofrecen un aperitivo al calor de los leños: tortillas de patata de la madre, ¡estupendas!, salchichón, lomo, jamón y ¡chorizo!. Ahí está la mía; bocadillo de chorizo. Lo acompañamos con vino Alidis llevado por Antonio Sevilla y un cortador de jamón llena de forma continua platos. Teníamos hambre. Pero la invitación no queda ahí.
Pasamos a la casa de Mar Pascual y prometí no hacer fotos, y no las hice. Sólo la de una cortina y la dehesa como paisaje a través del cristal. No voy a describir la casa, pero es maravillosa. Nos sentamos a la mesa y el menú: patatas “meneás” ( o revolconas), secreto a la plancha con salsa roquefort y flan de queso. Todo exquisito y cocinado por la madre. Para el café unos bollos blancos de manteca hojaldrados que me recordaron a mi madre; eran como los nevaditos de Reglero de Zamora. Mi madre era de Zamora y en casa siempre había de estos bollitos.
En la sobremesa, Mar Pascual, empresaria de la construcción, comentó algo de cine y coincidimos en que nuestras películas favoritas son: Casablanca, Lo que el viento se llevó, Memorias de África, o sea, todas para llorar a gusto.
La sobremesa se alarga y no parece que haya prisa por volver a Madrid. Todos estamos muy a gusto, pero hay que volver.
Muy agradecidos por la acogida de la Familia Pascual Alfonso y con el buen sabor de boca, como no, de la comida y de los productos de la Dehesa Casablanca nos volvemos a Madrid. Me parece ejemplar el esfuerzo y la ilusión que la familia Pascual Alfonso pone en seguir el trabajo de Eusebio, el padre. Raquel lo cita en varias ocasiones con auténtico cariño y admiración. Mar también y en los ojos de las dos hay emoción. La continuidad del legado familiar está asegurado. La madre no deja de sonreír en todo momento y muestra una gran calidez en sus palabras y en sus gestos.
De noche cerrada, recuerdo la película de Casablanca y una de las frases más famosas: Sam, tócala otra vez.